jueves, 15 de agosto de 2013

Del idilio guionístico, al pitching

No es que sea obsesiva, pero a veces todavía resuenan en mi cabeza, sobre todo en las noches de desvelos vacuos e inoportunos ,  aquellos desdenes que cierta esposa de cierto director de cine (apellidado Ripstein), hizo en contra del precepto Pinching en cierto encuentro deescritores de hace casi un par de meses.

Exagero, en realidad nunca me ha quitado el sueño la opinión de guionistas con más de 20 años de carrera que osan decir a los noveles escritores que no se adapten a las nuevas formas de producción y de venta de historias audiovisuales. Quizá en su época sólo bastaba casarse con un director y listo, eras filmable, pero en la vida actual-real el pitching es una herramienta de adaptación profesional indispensable y no exclusiva de productores y/o directores.
Hace no pocos ni muchos años, cuando me titulé del curso de guión del CCC,  salí con la idea, aprendida o no ahí, de que había un camino natural para que un guionista hiciera una película:
Tener la idea è escribirla èdársela a un productor para que éste consiga los apoyos y te pague è que se filme èverla película en pantalla con tu nombre y todo el glamourè recibir aplausos y/o vituperios  è comenzar de nuevo.
Ese panorama mágico maravilloso era bastante bueno, casi me imaginaba brincando por las calles como Mary Poppins con una gran sonrisa en el rostro después de ver mi historia en la pantalla.  La realidad fue otra: cuando hacía guiones eran por encargo, el director --o en caso de comerciales, el productor--, me trataba como mecanógrafa y a veces ni siquiera me pagaban. La fantasía hollywoodense nunca me sucedió a mí y espero nunca me suceda (lo de parecerme a Mary Poppins, claro).
Meses después recordé que el camino más transitado por guionistas cececeros para alcanzar el gran honor de ser filmado era:
Tener la idea èescribirla (un trecho difícil de cruzar) èConcursar en la convocatoria de Imcine entre enero y marzo è Esperar èesperarè hasta que en mayo te rechacen… o no.
            En dado caso de que le den el apoyo el guionista se alegra porque tendrá para comprar proteínas y así tener la energía para ser rechazado los próximos dos o tres años.  Personalmente así fue, y pensé en dejar de lado la absurda utopía de vivir de la escritura. Sin embargo, un día tuve una idea, una idea más que no me dejaba tranquila, me acosaba, me insistía que la escribiera, que la escudriñara y que la poseyera… hasta que lo hice. Ella gozó cuando la escribía, yo gozaba escribiéndola.
El idilio cumplió su ciclo y el momento de afrontar la realidad llegó. Y ahí estábamos, la idea escrita y yo después de la temporada de seducción, mirándonos con el odio-placer que se le tiene a la imposibilidad de concretar el amor. Ambas sabíamos que algo tenía que cambiar, que yo estaba cansada de ser rechazada y ella no quería ser una enclaustrada más en un archivo de Word.  Así que con las piernas temblorosas y mi supuesta torpeza retórica, salí a las calles a venderla y a enfrentarme a mi primer pitching.
“Cinco productores que se comen con la mirada al procesado sobre el cadalso, cinco seres humanos hambrientos de ver cómo titubeas, cómo te sudan las manos, cómo tu rostro se pone rojo y cómo vas a fracasar por el resto de tus días para que al final ellos se rían como feroces hienas de tu frustración...”
Sí, esa imagen que construía en mis noches de inoportuno desvelo; sin embargo, la realidad fue otra:
Ese día me subí al cadalso y en siete minutos completamente ensayados, bien pensados, comprimidos en su más básica esencia, hablé de mi idea como quien habla sin sensiblerías de alguien (o algo) por quien vale la pena vencer los miedos y las barreras del prejuicio.  
Me sentí bien, pude transmitir el respeto que le tengo a mis ideas que sin ser materializadas no son nada. Vendí mi puta historia y pude dirigirla y verla por televisión nacional un par de veces ¡Hurra!
Sí, esto parecía una comedia romántica con final feliz o una historia de superación personal, pero la verdad es que ese fue apenas el principio de una carrera de paso lento, en la cual vender ideas es el movimiento decisivo para hacer realidad todo lo que el escritor imagina cuando se encierra en su escritorio, y esa labor mundana y callejera de vender, en estos tiempos, no puede ser exclusiva de los productores y/o directores.
El camino del pitching nunca me lo habían planteado; ni la escuela ni los colegas con años de experiencia me enseñaron a manipularla, y no sé si ahora lo estén haciendo, por lo menos no donde yo me formé como escritora, pero desdeñar esa herramienta me parece la mayor ofensa a los nuevos escritores cinematográficos, simplemente porque los condenan a inmovilizar las historias en ese archivo de final draft, celtx o lo que sea.
El pitching es, en estos tiempos, un conducto para que las ideas transciendan del final draft al final cut, y a su final destiny, que debe ser la pantalla.
¿Por qué el primer camino es inerte? Porque sólo unos pocos afortunados tienen la posibilidad de que un productor compré su película sin miramientos. ¿Por qué la senda imcinezca es corta? Porque los apoyos son insuficientes para la cantidad de escritores que habemos en este país con ganas de que se nos pague por lo que somos buenos.
Comprender la función del pitching y saber utilizarlo es entrarle al juego de la industria nacional e internacional, e incluso significa entrarle al juego del desarrollo personal como creadores y constructores de historias que no se quedan en el limbo inerte de la sola escritura de libretos cinematográficos.
En México los espacios de pitching más (re)conocidos para ficción son los que organiza el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG) y el de Guanajuato (GIFF), mismos festivales que alternativamente tienen espacios como Industria e Incubadora, donde se encuentran profesionales de la industria a nivel internacional para asesorar proyectos, ya sea para su desarrollo o para su distribución.
Morelia Lab del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) es un taller de formación para productores en el cual se les “entrena” para mejorar su pitching y al final vender su proyecto ante reconocidos productores.  También está el pitching que organiza el Riviera Maya Film Festival (RMFF), en que, según un amigo productor, da los mejores premios en “cash” de todos. Para documental están los espacios que ofrece DOCSDF, DOCTV (cada dos años) y LATIN SIDE (que no se organizará este año). En cualquiera de éstos espacios por lo general piden como requisito tener una carpeta de producción, con presupuestos y esas cosas que suelen fastidiar a los escritores.
Así que señoras y señores que desacreditan la importancia del pitching: deben recordar lo que Darwin dijo con lucidez hace más de 200 años: el que no se adapta a su entorno, desaparece. 


Twitter: @lamagaoculta


Si te interesó el artículo, no dejes de leer: ¿Cuándo a vas pitchear tu guión?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente nota, pero se le olvido decir que ahora para hacer PITCHING hay convocatorias donde hay q esperar a ser aceptado, yo por ejemplo, llevo 2 años siendo rechazado del FICG. Entonces hacer Pitch ya se volvió algo parecido a una convocatoria de IMCINE.

El inquilino dijo...

Suena a callejón sin salida...

Ramiro Sosa dijo...

Eso de los pitching me da roña. Ahora resulta que el que habla mejor y es más simpático le gana el productor al que es guionista de verdad, quizá tímido y tartamudo pues. Es injusto y hasta estúpido que los guionistas que ahora se creen directores (abundan), cuates de los productores ganen los pitching a los que no son sus amigos...

El inquilino dijo...

Yo hablo muy bien en público y no he "ganado" (y uso un verbo de concurso porque sí, porque es un poco es de risa...)un pitching en mi vida. Así que en mí tu generalización no se cumple. Y estúpido o no, pero no tengo ni un amigo productor, más quisiera, más bien lo contrario, todos son enemigos... :S

Licencia Creative Commons
el inquilino guionista se encuentra bajo una LicenciaCreative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.