Y en esta ocasión regresé para escribir un artículo que tuve que haber escrito hace tres años, ni más ni menos. Y es que hace tres años fue que estuve en mi última mega sesión de tres días de pitching contínuo desarrollado durante largas sesiones. Me refiero al mercado del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, el famoso FICG.
Para no enrollarme mucho resumiré cada una de las pequeñas etapas por las que pasé hasta cumplir mi objetivo. ¿Y cuál era mi objetivo? Ganar 10 veces más de lo que había invertido en ir, gracias a algún negocio de escritura cinematográfica conseguido en el mismo mercado. Está claro que soy guionista y ya de por sí no tengo mucho dinero, así que lo invertido no iba a ser mucho ni en muchas cosas. Exactamente, fue en un boleto de avión, dos noches de pensión, comida de festival durante dos días y medio, algo para cuatro cervezas y algo para entrar a un par de películas. Invertí 4,000 pesos mexicanos, nada mal. ¿Podría ganar 40 mil escribiendo algo para alguien?
Lo primero que hice fue encontrar la manera de ahorrarme los 1,000 pesos mexicanos que costaba la inscripción al evento. Después de pensarlo un par de minutos llegué a la conclusión que, o conseguía que alguien de la organización del festival me invitara a participar en el mercado, o me inscribía como “prensa” —pues llevamos un par de blogs sobre guion y guionistas desde hace 10 años— y luego, una vez allí, ya veríamos cómo le haríamos. Opté por lo segundo. Acto seguido, me di cuenta que al no haber pagado la inscripción ni tendría el libro que editan con los contactos de todos los asistentes, ni saldríamos yo ni el inquilino en él. Así que ese handicap lo superé contactando a un amigo que supe que iba a ir y pidiéndole que por un día me prestara su libro de contactos. Así lo hizo tres días antes de comenzar el evento.
Durante el primero de esos tres días me leí varias veces los más de 300 contactos que tenía el libro y seleccioné la mitad, según el rubro cinematográfico en el que se movían. Por razones lógicas opté por productores y directores y les escribí un correo personal a cada uno que decía más o menos así:
“Querido fulano: soy zutano y soy guionista. Además ofrezco estos servicios relacionados con la escritura cinematográfica: 1, 2 y 3. Si necesitas alguno de ellos y quieres que nos conozcamos uno de los tres días que dura el mercado, este es mi correo y este mi número de celular. De antemano, muchas gracias por tu tiempo.”
Tuve mucha suerte y me respondieron unas 90 personas de toda Iberoamérica, muy emocionados y muy amables todos. Sin embargo, menos de 50 me respondieron que sí me querían conocer o incluso saber más de mi trabajo y de lo que ofrecía, y que fuéramos hablando mediante correos y mensajes de mensajería instantánea y ya veríamos cuándo y cómo nos nos veíamos las caras… y el pitch.
Al llegar al FICG mantenía el contacto con unas 30 personas a través de teléfono o computadora y una vez allí, comenzamos a enviarles mensajes. Pero resulta que al recoger mi acreditación de prensa me metieron en una sala con periodistas de verdad y computadoras por todos los lados. Aquello no pintaba bien, así que como pude —incluso con alguna que otra treta—, me escabullí de allí y bajé al piso de abajo; pues el mercado constaba de dos grandes salones, uno encima de otro. En el de abajo estaban pitcheando y negociando todos los que habían pagado la acreditación porque podían, en medio los que no —periodistas y un guionista—, y arriba los que habían sido seleccionados por el festival para una serie de pitchings especiales a puerta cerrada con importantes productores internacionales, ahí también quería subir yo.
Una vez en el piso de abajo volví a enviar mensajes de chat y a hacer llamadas pues no hay que olvidar que no había WI-FI en todas partes. En resumen, ese primer día pude ver a unas 12 personas entre productores y directores, a los que les ofrecí una serie de servicios que todos conocemos y que hacen nuestra profesión más llevadera. Ahí también me pude percatar que no llevaba yo una lista de precios y que en ese tema siempre me mostraba vacilante, ahora decía 7 y al rato 14, usando el clásico método mexicano de “el tamaño de la pedrada según el del sapo”, y eso me daba una sensación de irrealidad y fantasía que, pese a ser divertida y muy cinematográfica, era nefasta como táctica de negocio pues olvidaba que toda la gente hablaba entre sí, y una de las cosas de las que hablaban era precisamente de las tarifas de los otros en los mismos temas: es un mercado donde el gremio se reúne y esto es lo normal. Así que allí estaba yo, que ni me había percatado de ello jugando a la bolsa de valores.
Mientras tanto durante la cena, la noche, la cerveza y la película (bueno, ahí no), yo seguía chateando con las personas con las que me iba a entrevistar al día siguiente o al otro; moviendo horarios, hablando de precios y pasándola bien con mi amigo Lobosónico, un gran cuate que fue a promocionar sus servicios de postproducción.
Ah, una cosa se me había olvidado: es importante mandar imprimir en la imprenta las clásicas tarjetas de visita bien chidas para que la gente te recuerde y sonría al verla si es que eres ingenioso y puedes darle un poco de jiribilla al diseño de las mismas. Yo me hice unas que fueron (y a día de hoy siguen siendo) todo un éxito. Pero claro, es que yo tengo muy mal carácter y carezco de simpatía para las relaciones sociales o laborales y de algún modo he de engañar al personal que se aventura a conocerme...
El segundo día vi a unas 8 personas y fue un excelente día: me llené de promesas de cineastas muy talentosos; promesas que, como era de esperar nunca se cumplieron. A todo esto ya había fijado mis tarifas y había mejorado mi presentación, la presentación de mis labores y la de mis servicios, así que incluso me pude aburrir apurando mi única cerveza en la cara pero excelente cafetería del lugar. Tras la cerveza decidí subir al piso de arriba. La verdad es que volví a correr con suerte, pues ya había intentado entrar en alguna que otra presentación o fiesta privada que había en el mismo edificio y siempre me habían impedido el paso. Pero esta vez entré cuando el de la puerta miraba hacia otro lado y me dirigí con total confianza a una gran mesa donde había varios números electrónicos que indicaban en qué mesa te esperaba el productor o productores que te había asignado la organización del evento.
Tomé el número electrónico, fui a la mesa correspondiente al número que indicaba el aparato y me senté. Al presentarme dije que no era la persona que el productor esperaba pero a este le dio igual, como era lógico estaba cansado de ver gente. Le dije que era guionista y le presenté mis servicios. Se interesó por las tarifas y como era un productor argentino en México quiso saber cuánto se pagaba aquí por los distintos tipos de guion o argumentos. Le di la información y le despedí con un sabor agridulce, nos habíamos caído bien pero no me iba a comprar nada. Cuando quise volver a la mesa central y tomar otro número, el de la puerta se fijó en mi acreditación y me invitó a salir del lugar. Le hice caso.
Esa noche, la noche del sábado no me la pasé tan bien. La película que quería ver estaba llena de gente y no pude verla y la persona con la que había quedado no apareció.
Al día siguiente ya no quise volver al recinto del evento y me cité con puros productores de la ciudad, Guadalajara, en una cafetería que conocían todos, como gran y excelente pueblo que el lugar es. Allí desayuné dos veces y me entrevisté con cuatro personas. No fue hasta dar con el último —y esto es cierto como que ahora lo estoy escribiendo—, que logramos nuestra única venta: un argumento por 50 mil pesos. Semanas más tarde el argumento estaba escrito y un pago de 40 mil —los otros 10 algún día— se anunciaba en la cuenta del banco del inquilino, el objetivo se había cumplido. ¡Gracias, HR de YF!
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