El Guionista y sus Adicciones 2

-Lo que no voy a hacer es irme a una clínica... quiero decir que mi problema, creo, lo puedo solucionar. 

-Ok, prueba solucionar tu adicción (llámalo tal cual es) tú sólo y si no puedes, no tengas tantos prejuicios en ir a una clínica, o tomar terapia específica para el tema. 

-No tengo prejuicios. De hecho el terapeuta con el que estoy es especialista en esto. 

-Todo bien entonces, ¡ojalá te repongas pronto! Ya sabes que yo siempre voy a ser tu amigo. ;-) 

-Gracias hermano.

            Esta conversación la tuve hace un par de días con mi amigo MM, productor valenciano de reconocido prestigio.

            Estoy drogado. Con la luz apagada. En el meollo de la flor. La grasa, el relax. Me toco la nuca, una ligera sensación de sobre dosis me acaricia el hipotálamo. Este es mi último viaje, siempre me digo lo mismo. A mi novia le afecta mi consumo, a mí me afecta a la cabeza, pero ni más ni menos me afecta como las cosas que me gustan, como la escritura. Luego están los buenos momentos que paso escribiendo con otra gente, las sorpresas de esta profesión. Y es que un adicto aprovecha las buenas rachas de dinero y salud para ponerse hasta el pito de todo: el subidón, el bajón, antes que el viejo amigo abstinente nos abrace, y todo vuelva a comenzar.

            Mañana lo dejo, decían los yonquis de mi pueblo. Mañana lo dejo, agrego yo. En verdad hoy lo dejo, ¿pero hasta cuándo? Me estoy quitando, solamente me meto de vez en cuando. México, las drogas, la muerte. La escritura compartida, el guión. La energía creativa plantada en distintas milpas, los huevos puestos en distintas canastas. Todo es un saco lleno de maíz de color dorado. Y el ego fragmentado, también se esparce en granos.

            Hace medio año escribí un artículo sobre que “lo había dejado ya”. Nunca lo dejé. Sólo por períodos de dos semanas máximo. Lo consumí e ingerí de distintas formas para acabar metiéndolo como se debe. Lo he vuelto a coger y dejar de cuatro a seis veces, una por mes. En los mejores días fui a correr y todo, para sentirme sano. En los peores, me enfermé unas tres veces, y las olas de la depresión, bañaron mi mente a ritmo de bolero y desamor. En el trabajo no me trajo problemas, creo yo. Aunque una productora me dijo hace poco, “los guionistas son los únicos idiotas a los que les gusta ir a trabajar drogados”, y no le faltaba razón.

Sigo drogado, disfrutando de la última caminata por el campo lleno de amapola en flor. Un adicto guionista se hace seguidor del horóscopo, y enfrenta a la religión. Hasta que el mundo circundante intenta circunvalar su imaginación para dejarla limpia, pero él no se deja. O eso cree.

            En estos meses, debido al consumo, he notado un incremento en mi cuerpo de: Paranoia. Alucinaciones insectívoras. Hipertensión. Sudores fríos. Metabolismo rápido. Carencia de efectos de otras “anestesias”. Desprendimiento no de retina (qué horror) sino de algo más banal: dinero.

Los viajes han sido intensos. Disfrutados, como de homenaje en vida. Pero la soledad y el miedo, también han sido mis compañeros, eso sí, cooperativos y tranquilos. No le temo a nadie ni a nada.

Ahora, a la mañana siguiente de empezar este artículo, ya no estoy drogado y lo echo de menos. Hoy empezarán los temblores, el mal humor, las secreciones, en fin, el síndrome de abstinencia. Y la constante idea de llamar al dealer y comprarle más. Que aquí estamos pa ponernos ciegos de to, compadre gachupas. Pero aguantaré, hasta cuándo no sé, pero aguantaré.

El guionista drogado es ya un clásico, incluso en este blog. Y es que nos encanta estar tan high, como si fuéramos high concepts, todo el día flotando hacia el éxito.

            El otro día me remitieron este mail:

“HOLA SOY DE MEXICO, ME GUSTARIA DE FAVOR ME PUEDAS AYUDAR CON UN GUION SOBRE DROGADICCION EN ADOLESCENTES. ES PARA QUE SE PRESENTE UNA OBRA EN LA COMUNIDAD EN DONDE ESTOY HACIENDO MI SERVICIO SOCIAL. PORQUE AHI ESTAN MUY TIRADOS A LA DROGADICCION. TE LO AGRADECERIA MUCHO GRACIAS. MI NOMBRE ES R.”

            Yo, después de fumarme un porro le respondí:

“Te regalo una idea, aunque quizá sea demasiado realista: un grupo de cinco adolescentes les roban la droga a unos narcos, se ponen hasta el culo de cocaína, y emulando a sus mayores deciden hacerse narco juniors y empezar a matar y a vender, por ese orden. Cuando ya están armados hasta los dientes, cuando han cortado unas cuantas cabezas y ha pasado el suficiente tiempo como para que muera alguno de los protagonistas en alguna peripecia contrabandista, deciden ir a la ciudad y acabar con la vida del jefe de la policía, máximo responsable de la mala situación criminal y violenta del país. Y lo logran. Para el tercer acto, la pregunta es la siguiente, ¿realmente matarán al Presidente de la República? Todo parece indicar que sí. Y ahí termina la historia. ¿Qué te parece? Chida, ¿no?”

            El cuate nunca me respondió. Yo creo que se ofendió. Y es que no todos tenemos los mismos gustos, educación, visión certera o deformada del entorno, y sobre todo, sentido del humor.

            Aunque todos quisiéramos ser de algún modo u otro, Truman Capote y poder decir: "Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio."

            Con la tristeza en el alma, hoy he de decir “aquí lo dejo, se los juro.”

               Nota Bene: Siento si este artículo, amigos del guión, os da más ganas de drogaros que de otra cosa. Total, hoy es sábado, o sino es lunes o sino siempre se encuentra una buena excusa para tal adicto menester. Y es que yo me pregunto, ¿por qué a todos los guionistas nos gustan tanto los efectos especiales?