En el mundo del guion, y en especial en el género detectivesco, las resoluciones son un terreno delicado: todo lo que el espectador ha seguido con atención durante la trama se condensa en ese momento en que se revela la verdad. A ese instante —cuando al culpable se le cae la máscara, literal o metafóricamente— yo lo llamamos “scoobydobificación”.
El término proviene de la clásica serie animada Scooby-Doo, en la que, episodio tras episodio, los protagonistas desvelaban al villano arrancándole la máscara. Detrás del disfraz no había un monstruo sobrenatural, sino alguien cercano, un supuesto aliado, casi siempre con un móvil prosaico como el dinero. Esa convención narrativa se volvió un ritual: no importaba el disfraz, lo interesante era descubrir al humano corriente oculto tras él.
En guion, hablamos de scoobydobificación cuando en un thriller detectivesco, tras acompañar a un personaje enmascarado (o velado, oculto, disfrazado narrativamente) durante toda la historia, la trama exige finalmente quitarle la máscara. Es la aceptación positiva de que tras la máscara se esconde una serpiente con piel de cordero, alguien inesperado, pero justificado, con un motivo claro que explique la fechoría.
Ahora bien, ¿por qué inventar un término para algo tan evidente? La respuesta está en una anécdota de taller.
Hace tres semanas, en el grupo de los sábados, analizábamos un argumento escrito por Jorge, un guionista chileno ganador del concurso Muero tramando 2. En su thriller, un villano aparecía enmascarado a lo largo de toda la historia. Al sugerirle que al final la protagonista debía descubrir al malo quitándole la máscara, Jorge reaccionó con ironía y hasta con enfado. Aseguró que esa solución era digna de caricaturas como Scooby-Doo, mientras que su guion aspiraba a estar más cerca del tono de Seven, donde el verdadero asesino se revela solo al final y, en cierto sentido, lo importante no es su identidad, sino la contundencia de sus actos.
La discusión se volvió apasionada. Nosotros le recordamos que en El silencio de los corderos conocemos a Hannibal Lecter desde el inicio: el misterio no es quién es, sino dónde está el asesino de turno y cómo se le detendrá. De la misma manera, si un guionista muestra un personaje enmascarado durante todo el relato, sería una especie de coitus interruptus no descubrir jamás su identidad. Así lo señaló Yolanda, una de las compañeras del taller, con una metáfora que nos hizo reír, pero también asentir.
Hoy, tres semanas después, Jorge está reconsiderando aquella recomendación. Quizás ya esté llegando a la misma conclusión: que la scoobydobificación no es un recurso barato ni una invención de IA, sino un derecho narrativo ganado por el espectador. Es la culminación de una promesa implícita que el relato establece: si mostraste una máscara, el público merece ver qué hay detrás.
¿Por qué importa la scoobydobificación?
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Evita la frustración narrativa: no revelar la identidad de un personaje velado mina la expectativa del espectador.
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Ofrece un cierre justo: convierte las pistas previas en recompensas.
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Refuerza el pacto con el público: no se trata de sorprender por sorprender, sino de dar coherencia al juego detectivesco.
Entonces la scoobydobificación es un recordatorio: el espectador no quiere quedarse con un disfraz vacío, sino con el rostro de carne y hueso del responsable, por mucho que al guionista le tiente la ambigüedad absoluta.
Y si el término suena a broma, no lo es tanto: a veces el lenguaje nos ayuda a precisar mejor las trampas y las soluciones que atraviesan nuestra escritura. Desde Scooby-Doo hasta Seven, desde El silencio de los corderos hasta los thrillers actuales, el gesto de “quitar la máscara” sigue siendo una de las formas más potentes —y antiguas— de cerrar un relato detectivesco.
Texto creado con Chatgpt prompteado por Marta Martínez.
Basado en hecho reales.
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