Sí, he de
confesarlo, yo estudié periodismo. Mejor dijo, empecé la carrera de periodismo
pero al poco tiempo la abandoné. A los seis meses para ser exactos, después de
los exámenes parciales. Aquello no tenía mucho sentido para mí, era como
estudiar para ser oficinista de una empresa, con todos mis respetos a los
oficinistas y a las empresas que les dan trabajo.
Como digo, huí
del periodismo, me embarqué en el arte dramático, y heme aquí hoy, muchos años
después, donde sin quererlo hago de reportero adicto al guión. Y digo “hago”
porque aclaro, yo no soy periodista. Much*s dirán: se nota. También, sin saber
muy bien todavía qué soy o no soy, la “hago” de guionista, a lo que much*s
responderán, pues no se nota. :D
No voy a
negar la relación de un –ista con el otro –ista. Periodistas y guionistas más
que primos son medio hermanos. El periodismo es una gata en celo, el guionismo
es un viejo león malherido. Ninguno de los dos deja de maullar, convirtiéndose
los dos en un molesto rugido para un tipo de gente bastante definida: productores,
políticos, realizadores, empresarios, acaban odiando con suma facilidad eso que
a –istas unos, e –istas otros, hace hermanos de sangre sin discusión: la
escritura, el ser escritor.
Cuando “empezaba”
en el cine (y entrecomillo empezaba porque siempre tengo la sensación de que “apenas”
empiezo; y entrecomillo el apenas porque llevo ya unos años en esto), odiaba a los periodistas. Los consideraba unos intrusos. Yo venía del
arte dramático y ellos de vender noticias. Eso para mí, valga mi esnobismo, era
poco menos que un insulto, nada noble, menos aún algo artístico. Menudo mamón
era, por eso la vida nos da lecciones, quiero suponer que no sólo a mí sino a
todas las personas.
De tanto
querer huir del periodismo caí en él. Y ésa es la lección, neta. Para mí, a
mediados de los años 90, --época en la que estaba a punto de entrar en la
universidad--, lo máximo a lo que uno podía aspirar siendo periodista en Aspaña era,
¿cómo se llama ese cabrón que escribió por esa época Territorio Comanche?, sí, Arturo
Pérez Reverte. Ay, señor Reverte, que pese a que se esmera en hacerlas de
académico, triunfan sus libros de aventuras “oldies” y fracasa estrepitosamente
como guionista y recae como plagiario.
Ni antes ni
después he querido ser como él. No es un escritor ni un periodista ni una
persona admirable. Mucho menos, como apunté, un guionista. Espero que la vida
no aleccione de nuevo y me convierta en un mal chiste estilo Reverte. Y si es
así, siempre me quedará el suicidio, último refugio de unas cuantas dignidades.
Por eso, me dejé el periodismo tras el primer semestre de carrera: no quería
ser ni de lejos el periodista de moda por aquellos años, preferí ser un joven
actor, me la iba a pasar, sin duda, mucho mejor.
Y como dije,
heme aquí veinte años después, contando esta batallita que sólo ocurrió en mi
cabeza y que ahora, como –ista apasionado por las historias, e –ista apasionado
por narrarlas, les comparto.
Toda esta
reflexión, y ahora viene mi yo más cursi, viene a raíz de haber leído “Gloria.
Una historia sobre la fama y la infamia”. Último libro éste de la guionista y
periodista, escritora en suma, Sabina Berman; estrella mexicana de una tinta
muy distinta a la del señor Reverte, que por cierto, su último plagio ha sido a
una escritora mexicana que no es la señora Berman, pero que podría serlo, pues va encaminada a ser una autora de fama y prestigio, hablo de Verónica Murguía.
El libro de
Sabina, escrito después del guión de la película que lleva por título el mismo
nombre, y cuyo argumento es la biografía de la artista Gloria Trevi (y que le
costó a la autora una demanda de la biografiada), es un culebrón guionístico y laboral
entre las dos divas.
Una, diva de
la dramaturgia y del guión con una extensa labor periodística en entrevistas y novelización de hechos reales, como lo es este
libro, y la otra, diva de la canción mexicana y reina de la corrupción de
menores que junto a su ex manager, Sergio Andrade, llegó a poseer un harén de menores
de edad que comían, cogían, vivían y
procreaban todas juntas, bajo la promesa nunca firmada de convertirse en unas
estrellas del pop-rock mexicano.
Sabina,
técnicamente, en su libro usa el estilo literario del guión de cine. A saber,
pequeñas y numerosas secuencias, muchos diálogos, cortes abruptos, entrar tarde
y salir pronto, etc. Con todo ello, narra periodísticamente su experiencia como
guionista de la película de la señora Trevi. Y además, esto es interesante, nos hace partícipes del método que usa
en lo que sería la pre-escritura del guión, un método 100% periodístico. Investigación,
dudas, noches sin dormir, más investigación. Siempre buscando la verdad y aquello que se aleje del chisme y la mentira.
La –ista e –ista
Berman, posee un equipo que indaga, rastrea fuentes, analiza, formula
hipótesis, encuentra agujeros negros en la cronología y narración de los
entrevistados, para luego hacer con todo ello, o no, un texto cinematográfico.
Sabina
Berman debería ser la primera catedrática en periodismo y guión en este país.
Si esa cátedra existiera. La verdad es que su trabajo es magistral. “Gloria, de
la fama a infamia”, un libro pop donde los haya. Y la película tampoco está tan mal.
Para
terminar, y dejar mi lado cursi para futuras ocasiones, decir que en México, ser
periodista “no pop” cuesta la vida. Docenas y docenas de familias deshechas
porque el o la cabeza de familia, ha sido asesinada por el gobierno, el narco o
los militares al ejercer su profesión: informar, más que vender noticias. Ésa es la tónica, ésa es la dinámica. Ojalá
los guionistas en este país tuviéramos el valor de esos reporteros para contar
historias que sirvan para algo más que entretener o sentirse acá muy artista.
Si fuera así, con nombres y apellidos, y cine, cambiaríamos esta pinche
realidad que tanta sangre y muerte nos está costando a todos y a todas.
Periodismo y guión, dos hermanos que todavía tienen que demostrar a ojos vista que lo son, pero que de puertas hacia dentro, ya nadie duda de ello.
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