En
la escritura dramática hay un punto de contacto entre las reglas y
las brujas. Todos sabemos que las brujas no existen, pero que las
hay, las hay. Y todos sabemos que en escritura dramática no debería
de haber reglas pero, de alguna manera, también las hay.
Son
reglas de las cuales no se ocupan los manuales, más preocupados por
la estructura que por la piel y el alma de las historias. Las reglas
de la composición que más se difunden están más relacionadas con
el formato y la arquitectura textual que con las profundidades
narrativas.
Hay
muchas de estas reglas profundas poco visitadas, pero hoy me meto con
sólo una: la que trabaja sobre la génesis del dolor y la mancha.
No son dos reglas, es una, pero trabajan en combinación y se
retroalimentan. Quizás sea en el género trágico donde se las vea
con mayor claridad. Pero si se las entiende en la tragedia es posible
transportarlas a otros géneros.
Una
historia eficaz está compuesta por una línea genética del dolor.
Cuanto más larga es esa línea, comparable a la de un árbol
genealógico, más sólida será la tragedia que se cuente.
Si uno empieza con los griegos, con La Orestíada por ejemplo, se ve que la línea de crímenes que se desata al comienzo de la trilogía está marcada por una genética muy precisa. 1) Que Paris rapte a Helena desata la Guerra de Troya; 2) que para ganar esa Guerra, Agamenón sacrifica a su hija Ifigenia; 3) que por matar a Ifigenia, Clitemnestra –la madre- conspira con Egisto –su amante- para matar a Agamenón cuando éste vuelve de la Guerra; 4) que por la muerte de Agamenón, su hijo Orestes mata a su madre y a su amante.Los antecedentes 1 y 2 ocurren antes de la trilogía, pero construyen la línea genética del dolor que sostiene la tragedia y el conflicto íntimo de los personajes. Ese dolor que se traduce en posteriores crímenes, se expande como una mancha.
Si uno empieza con los griegos, con La Orestíada por ejemplo, se ve que la línea de crímenes que se desata al comienzo de la trilogía está marcada por una genética muy precisa. 1) Que Paris rapte a Helena desata la Guerra de Troya; 2) que para ganar esa Guerra, Agamenón sacrifica a su hija Ifigenia; 3) que por matar a Ifigenia, Clitemnestra –la madre- conspira con Egisto –su amante- para matar a Agamenón cuando éste vuelve de la Guerra; 4) que por la muerte de Agamenón, su hijo Orestes mata a su madre y a su amante.Los antecedentes 1 y 2 ocurren antes de la trilogía, pero construyen la línea genética del dolor que sostiene la tragedia y el conflicto íntimo de los personajes. Ese dolor que se traduce en posteriores crímenes, se expande como una mancha.
Condición número 1: una tragedia se construye como documentación o retrato de esa línea genética del dolor y describe su expansión a lo largo de la historia que se narra como si fuera una mancha de aceite (o sangre).
La línea genética del dolor puede ser previa y también estar contenida dentro del marco temporal de la historia que se cuenta. Es la que da sustrato a la historia. La expansión de la mancha es el elemento dinámico de la historia.
Otra
manera de presentarlo sería decir que los eventos clave dentro de la
línea genética del dolor (muertes, pérdidas, asesinatos,
traiciones) serían equiparables con los puntos de giro, mientras que
el movimiento expansivo de la mancha es la argamasa que une un punto
de giro con el otro. No sería el qué
de la historia sino el cómo.
Cómo se produce ese tránsito.
En
Romeo y Julieta el conflicto de las dos familias es la génesis del
dolor, que es previo a la obra. Y es la muerte de Mercuccio la que
determina el punto de giro que dará tono a la tragedia. La muerte de
un personaje secundario, pero completamente funcional a la genética
del dolor, actúa de manera directa sobre las posibilidades de que
los dos protagonistas triunfen o sean derrotados en la búsqueda del
amor.
Una
tragedia narra cualitativamente el rastro que deja una mancha entre
un punto clave y otro. Entre dos muertes que buscan equilibrarse.
Entre un crimen y un castigo. Si no hay génesis del dolor y si no
hay desplazamiento de la mancha que construya más y nuevo contexto
para ese dolor, no hay tragedia que valga.
Condición
número 2:
La mancha extiende o amplifica el dolor preexistente. Crea una nueva
línea que valida y continúa la tradición del dolor. Las tragedias
funcionan como episodios de ese árbol genealógico de historias.
Ifigenia...
como obra es un episodio que entronca luego con la Guerra de Troya y
dará sentido a La
Orestíada.
Está unida genéticamente con las otras historias que devendrán de
ella, pero a su vez es autónoma.
Algo
similar pasa con Edipo Rey. El origen de la tragedia es completamente
anterior a la obra en sí. La investigación de Edipo sobre la peste
que asola Tebas tiene un origen desconocido para él, pero esa
búsqueda es la que media entre un “crimen” y su “castigo”.
Cuenta la forma novedosa en la que la mancha del dolor (y el crimen)
se transporta de un punto al otro.
El
final de Edipo
Rey
es antecedente de las obras siguientes protagonizadas por Edipo, pero
es –sobre todo- el soporte fundamental de Antígona.
Antígona
narra un episodio completamente autónomo de la saga de su padre
Edipo, pero está integrado a la génesis del dolor que cae sobre esa
familia.
Esos
eventos serían impensables si Edipo no se hubiera descubierto como
un criminal y ese descubrimiento no hubiera desatado el suicidio de
su esposa Yocasta. Ese “trágico” final es el que llevará más
tarde al enfrentamiento de sus hijos, a sus muertes y a la
prohibición de enterrarlos que sostendrá la historia de Antígona.
Más
allá de ser una crónica de las relaciones de sus dioses y los
artífices humanos de una historia mítica, la tragedia griega es una
crónica del tránsito del dolor de los hombres y mujeres, y cómo
cada episodio amplifica un nuevo dolor en la generación siguiente. Y
más que señalar los puntos claves que enmarcan cada historia, las
tragedias siguen la pista, la ruta de expansión de ese dolor. El
cómo. El cómo la mancha se extiende y se mantiene en movimiento
constante.
No
es mera teoría. Uno de los requisitos de la narrativa es el
movimiento constante. Más veloz o más lento, pero movimiento,
transformación, cambio. Nosotros necesitamos ver un movimiento en
las historias. Algo que se da a través del conflicto pero
que no es el conflicto en sí mismo como condición general. Es un
conflicto que determina cómo se va de un punto a otro de la
historia.
A
veces, como reflejo de nuestra educación que hace hincapié en el
conflicto per se, generamos situaciones conflictivas para mantener a
los personajes en estado de movimiento y generar la ilusión de que
hay un rumbo, una dirección. Cuando
las historias importan de verdad y tienen calidad, ese rumbo y esa
direccionalidad están plenamente integrados a los conflictos y
obstáculos que los personajes encuentran en su camino.
En
un enfoque más usual de los manuales de escritura tenemos la idea de
un
disparador
(algo que suele ocurrir dentro de la historia y que puede venir de
antes de la historia en sí), un
despliegue de conflictos
crecientes que aumenten la tensión hasta llegar al clímax, y
finalmente la
resolución.
Eso sería lo que podríamos llamar un enfoque
estructuralista.
Y que tiene más que ver con necesidades de industria y producción
que con necesidades creativas.
Para
no moverme sólo con ejemplos de las tragedias griegas, voy a
referirme a la serie The
affair,
donde la genética del dolor también está desplegada.
Antes
de que comience la historia, Alison, la coprotagonista, está casada
y ha perdido a un hijo en una situación posible, pero emocionalmente
incomprensible. Esa dificultad de superar la pérdida de su hijo
erosiona la relación con su esposo y abre la posibilidad de que
encuentre el amor con un extraño. Ese extraño es un novelista que
llega cada verano a su pueblo.
Pero
en apariencia la muerte del hijo de Alison está marcada a su vez por
dolores que el padre de Cole –su esposo- ha causado a su propia
familia y a otros en su pueblo. Toda esta historia es anterior al
drama de The
affair,
pero es la base sobre la que se producirá la expansión de la
mancha. Y es a través de Alison y la tragedia de la familia de su
esposo, los Lockhart, que la mancha se exporta. Noah, el extraño, el
novelista, trae su propia versión de la mancha. Más soft. Son sus
conflictos familiares irresueltos y los de la familia de su
esposa.
El encuentro entre Alison y Noah es novedoso, único, pero
arrastra con él toda la carga de dolor que los árboles genealógicos
propios y de vecinos les han dado. Y en el marco de su aventura
amorosa (que evoluciona hacia una nueva pareja), crean un nuevo punto
de dolor: la muerte del hermano menor de Cole Lockhart, ex cuñado de
Alison.
Esa imposibilidad de escapar de la mancha, que no para de
avanzar, es determinante para el drama de todos los involucrados en
la historia. Quieren vivir nuevas vidas pero descubren que están
atados a dolores pasados y que no tienen forma de librarse de ellos.
Condición
número 3: La
genealogía del dolor habla del peso que ejerce el pasado sobre el
presente. La mancha habla de cómo ella emana del dolor previo y se
expande hasta conformar un nuevo evento/hito en la genealogía del
dolor.
Condición
número 4:
La historia que se cuenta (la historia que nosotros queremos contar)
es depositaria de un dolor previo, pero no lo repite ni lo convoca
todo el tiempo. Es apenas un eco del pasado que crea un contexto
absolutamente original y autónomo pero sin cortar lazos con lo
anterior.
Condición
número 5:
la relación entre genealogía del dolor y expansión de la mancha es
orgánica e integral: se retroalimentan. Cuanto menos mecánica sea
esta relación, mejor será la historia contada. Cuanto menos
perceptible sea, a primera vista, la relación entre un evento
antecedente y el evento presente (el narrado), más eficaz será la
llegada de la historia a su público.
Quizás
alguien vea los rasgos y rastros de estructura que usamos los
escritores a la hora de componer. Obviamente. Es más que probable.
Pero la idea es ir un poco más allá. La estructura es solo una
parte de la narrativa, mientras que la parte más importante tal vez
sea la que se refiere a los sustratos, a la capacidad de humanizar
esa estructura. A ser capaces de retratar los dolores reales y
contemporáneos que podemos reconocer.
Sólo
nosotros podemos distinguir dónde están las líneas genéticas del
dolor en el presente y sólo nosotros podemos saber cómo se expanden
las manchas que desprende el dolor en la actualidad. No necesitamos
hacer mera transposición de lo que han trabajado los griegos u otros
grandes creadores de dramaturgia. Tenemos que aprender que un dolor
se hace reconocible en su inmediatez y en su grandeza. Pero que si
sólo retratamos el dolor en su grandeza, podemos llegar a perder
cercanía.
El
trabajo del escritor/dramaturgo/guionista está en ser capaz de
encontrar las nuevas maneras de trabajar sobre las genealogías del
dolor y su expansión a través de la mancha. Tenemos que ver cómo
variar su intensidad o su contexto para construir un género u otro.
Y tenemos que variar las formas o sus consecuencias para movernos en
los territorios del drama o la comedia, o ambos sucesivamente.
Por
eso, sin perder nunca de vista la perspectiva de un enfoque narrativo
que aunque en principio se fije en la estructura, también nos
permita indagar en un contexto más orgánico, más relacionado con
los eventos y con el alma de los personajes, con elementos
emocionalmente palpables que nos permitan ir mucho más allá de las
formas.
Escrito por Gustavo Palacios
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