Durante años pensé que escribir guiones era una lucha. Contra el tiempo, contra las dudas, contra los demás, y contra mí misma. Que esa lucha, esa fricción interna, era justamente el combustible para narrar. Me equivocaba. Y no me di cuenta hasta que empecé a practicar yoga.
Antes de eso, me costaba sentarme a escribir sin escuchar ese coro interno que cuestionaba cada palabra. Me perdía en pensamientos anticipatorios: ¿le gustará al productor?, ¿me comprarán el proyecto?, ¿cómo resolveré el tercer acto? Pasaba más tiempo estancada en esos bucles que escribiendo. Un día, por recomendación de una actriz con la que trabajé en los setenta —una mujer sabia que decía que el cuerpo era la antena del alma—, me metí a una clase de hatha yoga. No entendí nada, pero algo se movió. Literal y figuradamente. Volví.
Con el tiempo, el mat se convirtió en mi otra mesa de trabajo. Lo que no resolvía en el teclado, lo encontraba en la respiración. Y descubrí que los guionistas, por nuestra propia naturaleza sedentaria, mental, autoexigente, necesitamos una práctica que nos devuelva al cuerpo y al presente. No es que el yoga “te haga escribir mejor” de forma mágica, sino que te prepara para que tú puedas hacerlo.
Respirar. Alargar la exhalación. Sentir el suelo bajo los pies. Escuchar el latido del corazón cuando uno se queda en una postura más allá del confort. Eso, que parece tan simple, es una revolución. Porque en ese estado no hay espacio para el ego, ni para el miedo al juicio ajeno. Y desde ese lugar, créanme, las historias fluyen.
En el último guion que escribí —una serie sobre mujeres místicas en Oaxaca que bailan para canalizar la memoria de sus pueblos— hubo una escena que me costó semanas. No lograba encontrar el tono, el ritmo, la estructura. Me obsesioné. Me peleé con la escena. Y cuando más rígida estaba, más torpe salía. Entonces, lo solté. Me fui a mi clase. Hicimos una serie de torsiones y luego una meditación guiada sobre el silencio. Volví a casa. Abrí el documento. Y sin pensarlo, escribí la escena. Era lo que necesitaba: dejar que el cuerpo aflojara donde la mente se había tensado.
Escribir no es solo pensar. Es encarnar. Y el yoga nos entrena a escuchar el cuerpo, a detectar cuándo el miedo se disfraza de perfeccionismo, cuándo la ansiedad quiere tomar el teclado. El yoga no borra el bloqueo creativo, pero le baja el volumen, lo desacraliza. Lo vuelve parte del camino. Nos enseña a no resistirlo, sino a observarlo y atravesarlo. Porque todo pasa. Incluso la falta de ideas.
En los talleres de guion que imparto —y en los que participo— siempre noto que los momentos más lúcidos ocurren cuando los cuerpos están más sueltos, menos tensos, más presentes. Cuando hay una respiración común. Y es por eso que creo que escribir en equipo puede beneficiarse enormemente del yoga: porque nos iguala, nos centra, nos permite escuchar al otro desde un lugar menos competitivo y más compasivo. Un lugar creativo.
Muchos guionistas, como tantos artistas, hemos luchado con adicciones. Café, alcohol, cigarro, redes sociales, incluso el drama personal. Y aunque el yoga no es una cura milagrosa, sí es una herramienta poderosa de autoobservación. Te muestra, sin juicio, tus patrones. Y con la práctica, empieza a darte alternativas. Uno se hace menos esclavo de sus impulsos, y más dueño de su energía.
Desde que empecé a practicar yoga con regularidad, mi ritmo de escritura cambió. Escribo más, escribo mejor, y sobre todo, escribo con más placer. Hay menos ruido. Menos duda. Menos necesidad de aprobación externa. Y eso, en esta industria, es una bendición.
Por eso me emociona que El Inquilino Guionista esté pensado organizar un taller/retiro de yoga para guionistas. Aunque conociendo a ese sensei, puede tardar un año o más en organizarlo bien. Lo importante es que no lo trate como una moda, sino como un acto radical de cuidado y transformación. Porque si queremos contar historias que de algún modo toquen a los demás, primero tenemos que tocar algo verdadero dentro de nosotros. Y el yoga, con su simpleza poderosa, puede ser ese puente.
En caso se organizarse, lleven ropa cómoda. Y traigan sus guiones. O no. A veces lo mejor que uno puede escribir es lo que aún no ha pensado. Y para eso hay que dejar de pensar un rato.
Nos vemos en la esterilla.
Marta Martínez
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