Hay algo mágico en los objetos que, sin hacer realmente nada, consiguen que una historia avance. Eso es el MacGuffin: un artefacto narrativo tan sencillo como poderoso. Recuerdo la primera vez que lo entendí, viendo Psicosis de Alfred Hitchcock, cuyo guion coescribió Joseph Stefano. Al inicio, parece que el dinero robado por Marion Crane será el corazón de la trama, pero pronto desaparece como si nada. Y entonces me pregunté: ¿Por qué me importó tanto un maletín de billetes?
El MacGuffin es justo eso: un señuelo, un detonante. No importa lo que sea, sino lo que hace con los personajes y, por supuesto, con nosotros como espectadores. En cine mexicano, uno de mis ejemplos favoritos es el auto de Amores Perros, de Guillermo Arriaga. Ese coche, implicado en un accidente, conecta historias que parecen no tener nada en común. ¿Es el auto importante en sí mismo? No, pero su existencia ata los hilos del relato.
En cine español, encontramos algo similar en Tesis, de Alejandro Amenábar. El guion gira alrededor de unas cintas snuff que nunca llegan a mostrar su contenido completo. Lo que importa no es lo que hay en ellas, sino el miedo y la obsesión que generan en los personajes. Recuerdo pensar que esas cintas eran un fantasma: presentes pero inalcanzables.
En el cine argentino, El secreto de sus ojos, escrito por Eduardo Sacheri y Juan José Campanella, nos muestra un MacGuffin tan humano como un diario. El personaje de Sandoval usa el hábito del asesino de escribir sobre fútbol como pista clave. El diario no es solo un objeto, es una metáfora de las pequeñas cosas que ignoramos pero que son esenciales para resolver un misterio.
Al escribir guiones, siempre me pregunto: ¿Qué tan intercambiable es este objeto? Si puedo sustituirlo por un cuadro, una joya o un papel sin que la historia pierda fuerza, probablemente estoy trabajando con un MacGuffin. En el guion de la película colombiana El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra, el diario perdido de un explorador funciona como motor. Pero la historia no es sobre el diario en sí, sino sobre el viaje espiritual que representa. Lo mismo ocurre en una joya como Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea. En el guion, los eventos históricos y políticos de Cuba son un MacGuffin colectivo: el protagonista no se involucra directamente, pero todo lo que sucede lo empuja a reflexionar sobre su apatía.
Cuando analizamos los MacGuffins, es fundamental pensar en su utilidad emocional. ¿Recuerdan el maletín de Pulp Fiction, escrito por Quentin Tarantino? Su brillo dorado nunca se explica, y no necesita hacerlo. Cumple su función: obsesionar a los personajes y mantenernos atentos. Algo similar sucede con la urna en la película mexicana El infierno, escrita por Luis Estrada y Jaime Sampietro. La urna con las cenizas del padre del protagonista no es importante por lo que es, sino por lo que representa: el peso de una vida violenta y corrupta.
Me gusta pensar que los MacGuffins son espejos. Reflejan lo que los personajes desean, temen o necesitan. No son un truco barato, aunque a veces puedan parecerlo. Su verdadera fuerza está en cómo afectan a quienes los persiguen. El MacGuffin en un guion no es una solución, sino una excusa perfecta para explorar el alma de los personajes.
Hitchcock, quien popularizó el término, decía que el MacGuffin era lo que los personajes persiguen, pero que a los espectadores no les importa. No estoy del todo de acuerdo. Creo que, como guionistas, debemos hacer que el público crea que ese objeto es crucial. Aunque sepamos que al final no lo es, debemos convencerlos de que sí, al menos por un rato. Eso es lo hermoso del MacGuffin: nos invita a jugar con las expectativas y a sumergirnos en lo más profundo del relato.
Entonces, si estás escribiendo tu próximo guion y sientes que algo falta, tal vez lo que necesitas sea un buen MacGuffin. Busca ese objeto, idea o lugar que encienda la chispa y mueva a tus personajes. Puede ser un diario, una joya, un maletín o incluso un coche destartalado. No importa qué sea, siempre y cuando lleve tu historia a lugares que ni tú esperabas.
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