Entonces, ¿cómo se escribe una amenaza latente? Para construir una amenaza latente efectiva en un guion, hay que seguir algunas reglas básicas:
- El peligro es real, pero no inmediato. La amenaza debe sentirse tangible, pero sin explotar de inmediato. Esto genera tensión y obliga al espectador a estar en constante alerta.
- Menos es más. La imaginación del espectador suele ser más poderosa que cualquier imagen explícita. Cuanto menos se revele, mayor será el impacto cuando finalmente suceda algo.
- Usar los elementos del entorno. Una sombra, un sonido distante, una mirada sospechosa… pequeños detalles que insinúan el peligro sin confirmarlo del todo.
- Tiempo y ritmo. No es solo la amenaza en sí, sino el cuándo se materializa. Si se posterga lo suficiente sin frustrar a la audiencia, el efecto es demoledor.
- El punto de vista. La amenaza latente es más efectiva cuando el espectador sabe más que el protagonista (o viceversa). Jugar con la información genera ansiedad y expectación.
Ejemplos en acción, terror y thriller
Terror: Spielberg y el tiburón que no se ve: Steven Spielberg y el guionista Carl Gottlieb hicieron historia con Jaws (1975). Es un clásico y hasta un cliché afirmar que la decisión de no mostrar al tiburón hasta el tercer acto no fue solo una cuestión presupuestaria (el animatrónico fallaba constantemente), sino que terminó siendo su mayor acierto narrativo. La música de John Williams y las reacciones de los personajes bastaron para hacer sentir su presencia. La amenaza estaba ahí todo el tiempo, invisible pero innegable.
En el cine en español, El espinazo del diablo (2001) de Guillermo del Toro utiliza una estrategia similar. El guion (coescrito por Del Toro y Antonio Trashorras) mantiene la presencia del fantasma de Santi como una amenaza latente hasta que el horror se hace físico. El colegio en ruinas y la guerra civil de fondo refuerzan esa sensación de peligro inminente.
Otros ejemplos incluyen REC (2007), de Jaume Balagueró y Paco Plaza, donde la amenaza se intensifica con el uso de la cámara en primera persona, ocultando detalles clave hasta el momento justo, y La casa del fin de los tiempos (2013), de Alejandro Hidalgo, que juega con la percepción del peligro para mantenernos en suspenso.
Thriller: Hitchcock y la bomba bajo la mesa
Como todas sabemos, Alfred Hitchcock definió el suspenso con una simple metáfora: si pones a dos personas hablando en una mesa y una bomba explota de repente, tienes una sorpresa. Pero si el público sabe que hay una bomba y los personajes no, tienes suspenso. En Psicosis (1960), la amenaza latente es Norman Bates (Anthony Perkins), quien parece inofensivo hasta que sabemos la verdad. El guion de Joseph Stefano construye tensión a partir de pequeños gestos y frases ambiguas, dejando que el peligro se filtre poco a poco.
De nuevo en el cine hispanohablante, Tesis (1996) de Alejandro Amenábar es un ejemplo brillante. La protagonista, Ángela (Ana Torrent), se adentra en el mundo del snuff sin saber cuán cerca está del asesino. El guion, escrito por el propio Amenábar, usa la amenaza latente para mantenernos en vilo durante toda la película.
Otros ejemplos incluyen El secreto de sus ojos (2009), de Juan José Campanella, donde la amenaza latente se construye a partir de un crimen no resuelto y la sensación de que el peligro sigue acechando, y Celda 211 (2009), de Daniel Monzón, en la que la tensión se genera a través de una revuelta carcelaria con múltiples capas de amenaza.
Acción: Mad Max y la furia en pausa: George Miller es un maestro en la construcción de amenazas latentes en acción. En Mad Max: Fury Road (2015), la persecución es implacable, pero hay momentos en los que la tensión se detiene por unos segundos… solo para volver con más fuerza. La sensación de que algo está a punto de estallar es constante.
Un caso similar en el cine de acción en español es No habrá paz para los malvados (2011), escrita y dirigida por Enrique Urbizu. Aquí, el inspector Santos Trinidad (José Coronado) es una bomba de tiempo. Su violencia es impredecible y el espectador nunca sabe cuándo va a explotar.
Otro ejemplo relevante es El hombre de las mil caras (2016), de Alberto Rodríguez, donde la amenaza latente está presente en la figura de Francisco Paesa, un hombre de múltiples identidades cuya mera presencia genera desconfianza y peligro.
Cómo evitar que la amenaza latente se diluya:
- No abusar de la espera. Si la tensión se prolonga demasiado sin recompensa, el espectador se frustra.
- Sembrar pistas. La amenaza debe sentirse presente incluso cuando no está en pantalla.
- Variar la intensidad. Un peligro que nunca cambia pierde impacto. Juega con momentos de calma antes de la tormenta.
- No mostrar demasiado pronto. Si la amenaza se revela antes de tiempo, se pierde el misterio.
- Cerrar con fuerza. La amenaza latente debe explotar en algún momento. Si no hay recompensa, la tensión se desvanece.
- La amenaza latente en mis guiones: una experiencia personal
Escribir amenazas latentes siempre ha sido uno de mis mayores retos y placeres como guionista. La primera vez que lo intenté conscientemente fue en un thriller psicológico que nunca vio la luz, Susurros de medianoche. La historia giraba en torno a una mujer que recibe llamadas de un número desconocido cada noche a la misma hora. Nunca había ruido del otro lado, solo una respiración contenida. Durante toda la película, el espectador se pregunta quién está detrás del teléfono y si realmente es un peligro o simplemente una paranoia de la protagonista. Lo que aprendí con ese guion fue que mantener el misterio vivo hasta el final es más difícil de lo que parece: siempre hay una tentación de revelarlo todo demasiado pronto.
En un guion de terror que escribí más adelante, La grieta, utilicé la amenaza latente de manera más atmosférica. La historia se desarrollaba en un edificio de apartamentos donde los inquilinos comenzaban a escuchar crujidos extraños en las paredes. Nadie veía nada, pero cada noche el sonido se volvía más insistente. Al final, la grieta en la pared no era solo un desperfecto estructural, sino la entrada a algo mucho peor. Esta vez, aprendí que la clave estaba en los pequeños detalles: hacer que la audiencia sienta que hay algo ahí, sin mostrárselo directamente.
También experimenté con la amenaza latente en el género de acción en un proyecto que trabajé por encargo, Zona de fuego. La historia seguía a un grupo de mercenarios que tenían que infiltrarse en un complejo militar abandonado. Desde el principio, sabían que no estaban solos, pero no veían a sus enemigos hasta bien avanzado el segundo acto. Para construir la tensión, jugamos con sonidos lejanos, luces que parpadeaban y transmisiones de radio entrecortadas. Aquí, el mayor desafío fue evitar que la espera se volviera aburrida. La amenaza invisible tenía que sentirse real en todo momento.
Conclusión: el arte de la amenaza invisible
Los grandes guionistas saben que una amenaza latente es una promesa de caos. El truco está en saber administrarla sin quemarla demasiado rápido. Ya sea un tiburón que no vemos, un asesino que aún no se revela o una persecución que se siente inevitable, la amenaza invisible es el pegamento que mantiene a la audiencia al filo del asiento.
Así que la próxima vez que escribas un guion, recuerda: lo más aterrador no es lo que se ve, sino lo que podría estar esperándonos en la oscuridad.
Así que la próxima vez que escribas un guion, recuerda: lo más aterrador no es lo que se ve, sino lo que podría estar esperándonos en la oscuridad.
Marta Martínez
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