domingo, 24 de agosto de 2025

Escribir series a ambos lados de la frontera: lo que aprendí entre Los Ángeles y la Ciudad de México

He trabajado como guionista a ambos lados de la frontera. Crucé del bullicio de Los Ángeles, donde los escritores desayunan story arcs y discuten sobre beats como si fueran recetas de cocina, a la Ciudad de México, donde sobrevivir a una junta con ejecutivos es casi tan difícil como cruzar Reforma a pie en hora pico. Y si algo me queda claro es que no nos falta talento en México: nos falta un sistema que no se coma vivo a sus propios guionistas.

Estados Unidos: la maquinaria que sostiene al guion...

La primera vez que me invitaron a un writers’ room en Los Ángeles pensé que iba a ser un circo romano, con gladiadores guionistas lanzándose plot twists como lanzas. Y sí, había discusiones, pero no sangre: era un engranaje perfectamente aceitado.

La clave: el showrunner. Ese dios terrenal que no sólo tiene la visión, sino también el poder real de protegerla. Si el showrunner dice “esa escena va”, entonces va. Nadie puede borrarla porque “el primo del productor cree que sería más bonito si el protagonista fuera veterinario en lugar de astronauta”.

Allá el guion nunca llega intacto a pantalla… y eso es lo mejor. Porque la maquinaria —producción, dirección, edición, departamentos que parecen ejércitos— está diseñada para elevar lo escrito. Un buen guion se vuelve excelente; uno regular, decente. Es como tener un gimnasio narrativo: entras flaco, sales con músculos.

México: talento contra burocracia...

En México, el panorama es más… digamos, surrealista. Aquí no tenemos showrunners. Y no, ponerle “head writer” al guionista principal no lo convierte en showrunner. Lo convierte en jefe de grupo escolar al que todos hacen caso hasta que llega la directora (léase: el productor ejecutivo) y decide cambiar el final porque soñó con eso anoche.

Los guionistas rara vez son reconocidos como creadores de su propio contenido. Y los créditos… bueno, se reparten como si fueran tamales en posada: hasta el ejecutivo que nunca pisó la sala de guion aparece como “creador”.

El resultado: los guiones se encogen en lugar de crecer. Lo que empezó siendo un thriller trepidante termina convertido en melodrama reciclado con diálogos que parecen escritos por una inteligencia artificial en beta. Y la culpa, claro, es “del guionista”. Porque en México es deporte nacional culpar al que menos poder tiene.

Aquí, para que un proyecto avance, el guionista debe ser hiperexcelente para lograr apenas algo mediano. En otras palabras: necesitamos escribir como Aaron Sorkin para terminar luciendo como si hubiéramos copiado diálogos de una novela de Wattpad.

Lo que aprendí al mirar desde los dos lados...

Después de ver cómo se trabaja en Los Ángeles y cómo se sobrevive en la Ciudad de México, entendí algo básico: no es que falten guionistas brillantes en México, es que los matamos de hambre burocrática.

Allá, el sistema multiplica tu talento. Aquí, lo exprime hasta que queda irreconocible. Allá el guionista se enfoca en contar historias. Aquí también tiene que ser diplomático, psicólogo, experto en egos y, si se puede, brujo, para adivinar qué quieren exactamente los ejecutivos que no saben lo que quieren.

¿Cómo mejorar el trabajo del guionista en México?

No se trata de clonar Hollywood. Eso sería ridículo (y caro). Pero sí podemos aprender algunas cosas básicas:

  • Formar showrunners de verdad. No “de mentiritas”. Queremos gente con poder real, no con títulos rimbombantes.
  • Respetar la sala de guion. Si no estuviste ahí, no eres creador. Punto. Fin.
  • Reducir la burocracia. Menos juntas eternas, más escritura.
  • Capacitar a los guionistas en producción. Un guionista que entiende de rodajes y presupuestos sabe dónde apretar y dónde soltar. Y eso salva vidas… narrativas.
  • Grupos estables de trabajo. No se puede reinventar la rueda cada proyecto. Los equipos sólidos dan continuidad y madurez.
  • Medir resultados desde el desarrollo. Si el guion se evalúa sólo cuando está en pantalla, ya vamos tarde.

Contenidos mejores, industria más sana...

Si de verdad queremos elevar los contenidos en México, hay que dejar de esperar al “genio guionista” que solucione todo. No existen los guionistas milagro. Existen los procesos sanos.

Las historias mexicanas merecen algo más que ser trituradas en el molino de la burocracia. Merecen un sistema que las deje crecer. Porque créanme: en este país hay voces narrativas capaces de dejar a Netflix, HBO y Amazon temblando.

Yo lo viví en ambos mundos y lo digo sin miedo al sensacionalismo: en México tenemos el talento, pero estamos dejando que se muera en salas de juntas en lugar de salas de guion. Y eso, queridas y queridos, es un crimen cultural.

Marta Martínez

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