Suena glamuroso, ¿verdad? Como un cirujano de palabras, un alquimista narrativo que, con un bisturí hecho de correcciones implacables, transforma un desastre en una obra maestra. Pero la realidad del script doctoring es menos mística y más parecida a la de un mecánico de historias, alguien que mete las manos en la maquinaria narrativa, aprieta las tuercas flojas, cambia piezas defectuosas y, si es necesario, desmonta el motor entero para reconstruirlo desde cero. No por nada algunos guionistas los ven como salvadores, mientras que otros los consideran verdugos con laptop.
El fenómeno del script doctoring no nació de la noche a la mañana. Desde los primeros días de Hollywood, los estudios comprendieron que necesitaban especialistas que pudieran arreglar guiones con problemas. Francis Ford Coppola, por ejemplo, ajustó Patton antes de saltar a la fama, y Robert Towne fue llamado de emergencia para mejorar el tercer acto de Chinatown. Pero si hay una script doctor que merece ser mencionada con reverencia es Carrie Fisher. Sí, la misma princesa Leia, quien con su aguda inteligencia y afilado sentido del humor, arregló guiones tan dispares como Hook y Sister Act, a menudo sin recibir crédito. Ser un script doctor, después de todo, es una profesión de fantasmas: transforman historias sin dejar huella.
Pero no hay que cruzar el Atlántico para encontrar ejemplos. En la industria hispanohablante también hay script doctors que, aunque menos visibles, han sido fundamentales en la evolución del cine latinoamericano. Ahí está Aarón Romera, más conocido como El Inquilino Guionista, quien ha diseccionado innumerables guiones en su blog, ofreciendo análisis con precisión quirúrgica y además, tiene un taller que está muy chido. O Elisa Puerto Aubel, que ha ayudado a moldear guiones de género en Europa y América Latina potenciando las voces autorales. O el cubano Eliseo Altunaga, cuya influencia se percibe (¿o es evidenter?) en las películas de Pablo Larraín y Sebastián Lelio. Son, en esencia, los sanadores anónimos del cine.
Lo sé porque he estado en ambos lados de la mesa. He escrito guiones que han sido despedazados por script doctors sin piedad y, en mi infinita terquedad, he hecho lo mismo con otros guiones. Nada es más aterrador que recibir una devolución que comienza con un ominoso "tenemos que hablar sobre la estructura", porque eso es básicamente una sentencia de muerte para el ego del guionista. Pero también es un regalo. Que alguien tome tu historia, la analice con ojos despiadados y te muestre exactamente dónde falla, es el tipo de dolor que termina haciéndote más fuerte. O te mata, pero bueno, solo los que sobreviven logran escribir mejor la siguiente vez.
Para los guionistas novatos, el script doctor es un guía en la jungla narrativa, alguien que señala los atajos y evita que te hundas en arenas movedizas. Para el cine comercial, es el técnico de precisión que hace que la historia fluya con la efectividad de una máquina bien aceitada. Y para el cine de autor, es el confesor implacable que te obliga a enfrentar los defectos que no quieres ver pero que, en el fondo, sabes que están ahí. No es fácil someterse a este proceso, pero es necesario.
Al final, un script doctor no es un salvador ni un enemigo. Es solo alguien que ayuda a contar una historia de la mejor manera posible. Y si bien el guionista puede maldecirlo al principio, si el trabajo se ha hecho bien, llegará un momento en que le dará las gracias. Tal vez no en público, claro. Pero en privado, cuando vea su película en la pantalla y note que algo en su historia finalmente encaja, sabrá que valió la pena cada corrección, cada ajuste, cada tajo quirúrgico en el guion. Porque, después de todo, escribir es reescribir. Y a veces, para reescribir bien, hace falta un doctor.
El fenómeno del script doctoring no nació de la noche a la mañana. Desde los primeros días de Hollywood, los estudios comprendieron que necesitaban especialistas que pudieran arreglar guiones con problemas. Francis Ford Coppola, por ejemplo, ajustó Patton antes de saltar a la fama, y Robert Towne fue llamado de emergencia para mejorar el tercer acto de Chinatown. Pero si hay una script doctor que merece ser mencionada con reverencia es Carrie Fisher. Sí, la misma princesa Leia, quien con su aguda inteligencia y afilado sentido del humor, arregló guiones tan dispares como Hook y Sister Act, a menudo sin recibir crédito. Ser un script doctor, después de todo, es una profesión de fantasmas: transforman historias sin dejar huella.
Pero no hay que cruzar el Atlántico para encontrar ejemplos. En la industria hispanohablante también hay script doctors que, aunque menos visibles, han sido fundamentales en la evolución del cine latinoamericano. Ahí está Aarón Romera, más conocido como El Inquilino Guionista, quien ha diseccionado innumerables guiones en su blog, ofreciendo análisis con precisión quirúrgica y además, tiene un taller que está muy chido. O Elisa Puerto Aubel, que ha ayudado a moldear guiones de género en Europa y América Latina potenciando las voces autorales. O el cubano Eliseo Altunaga, cuya influencia se percibe (¿o es evidenter?) en las películas de Pablo Larraín y Sebastián Lelio. Son, en esencia, los sanadores anónimos del cine.
Lo sé porque he estado en ambos lados de la mesa. He escrito guiones que han sido despedazados por script doctors sin piedad y, en mi infinita terquedad, he hecho lo mismo con otros guiones. Nada es más aterrador que recibir una devolución que comienza con un ominoso "tenemos que hablar sobre la estructura", porque eso es básicamente una sentencia de muerte para el ego del guionista. Pero también es un regalo. Que alguien tome tu historia, la analice con ojos despiadados y te muestre exactamente dónde falla, es el tipo de dolor que termina haciéndote más fuerte. O te mata, pero bueno, solo los que sobreviven logran escribir mejor la siguiente vez.
Para los guionistas novatos, el script doctor es un guía en la jungla narrativa, alguien que señala los atajos y evita que te hundas en arenas movedizas. Para el cine comercial, es el técnico de precisión que hace que la historia fluya con la efectividad de una máquina bien aceitada. Y para el cine de autor, es el confesor implacable que te obliga a enfrentar los defectos que no quieres ver pero que, en el fondo, sabes que están ahí. No es fácil someterse a este proceso, pero es necesario.
Al final, un script doctor no es un salvador ni un enemigo. Es solo alguien que ayuda a contar una historia de la mejor manera posible. Y si bien el guionista puede maldecirlo al principio, si el trabajo se ha hecho bien, llegará un momento en que le dará las gracias. Tal vez no en público, claro. Pero en privado, cuando vea su película en la pantalla y note que algo en su historia finalmente encaja, sabrá que valió la pena cada corrección, cada ajuste, cada tajo quirúrgico en el guion. Porque, después de todo, escribir es reescribir. Y a veces, para reescribir bien, hace falta un doctor.
Marta Martínez
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